viernes, 22 de agosto de 2025

A 53 años de la Masacre de Trelew: Un Acto Fundacional del Terrorismo de Estado en Argentina



La Masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972, se erige como un evento fundamental que marcó el curso de la historia política argentina. Lejos de ser un incidente aislado, fue un punto de inflexión que anticipó y legitimó el terrorismo de Estado que se consolidaría a partir de 1976.2 La masacre no solo demostró la ruptura de la dictadura con cualquier norma ética o de guerra al fusilar a presos que se habían rendido, sino que también expuso una profunda subestimación de la reacción popular, que se solidarizó con las víctimas.1

 

Resumen de audio

 

Contenidos:

1.La Masacre de Trelew: Una Reconstrucción Fáctica y su Contradicción Fundacional - 2. El Contexto Político y Social de 1972: LaEcuación de la Violencia - 3. La Masacre comoHito: Catalizador Político y Acelerador de la Historia - 4. Memorias en Conflicto: De la "GuerraAntisubversiva" a los Crímenes de Lesa Humanidad - 5. Los Vínculos con Mario Roberto Santucho y el LegadoPersonal de la Masacre - Un Legado Indeleble y elEje de la Memoria

 

 

1. La Masacre de Trelew: Una Reconstrucción Fáctica y su Contradicción Fundacional

El 22 de agosto de 1972, en la Base Aeronaval Almirante Zar, cerca de Trelew, provincia de Chubut, ocurrió un evento histórico que redefiniría la relación entre el Estado argentino y la violencia política. Este suceso, conocido como la Masacre de Trelew, no fue un hecho aislado, sino la culminación de un proceso que se había iniciado días antes con la audaz fuga de un grupo de presos políticos de la cárcel de Rawson.1 La reconstrucción de estos eventos revela una clara contradicción entre la versión difundida por la dictadura militar y la cruda realidad de los hechos, que sería desenmascarada por el testimonio de los sobrevivientes.

El operativo de fuga del penal de Rawson, que tuvo lugar el 15 de agosto de 1972, fue planificado con una minuciosidad considerable. El objetivo principal era liberar a más de un centenar de militantes de diversas organizaciones armadas, incluyendo el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros.4 El plan maestro fue liderado por figuras de alto perfil como Mario Roberto Santucho (ERP), Roberto Quieto (FAR) y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros).4 Sin embargo, la ejecución del plan se vio afectada por una serie de fallos y una confusión de señales que impidió la salida masiva de los presos.3 Como resultado, solo un pequeño grupo de seis líderes logró concretar el escape, abordando un avión de la empresa Austral en el cercano aeropuerto de Trelew con destino a Chile, país gobernado en aquel entonces por Salvador Allende.4

El resto de los militantes, un grupo de diecinueve que no consiguió abordar la aeronave, se rindió en el aeropuerto de Trelew ante las autoridades militares que habían llegado para cercar el lugar.3 Esta rendición no fue incondicional; los militantes depusieron sus armas bajo la promesa de que se les garantizaría su seguridad e integridad física y que serían devueltos al penal de Rawson.7 Contrario a lo prometido, fueron trasladados a la Base Aeronaval Almirante Zar.3 Una semana después, en la madrugada del 22 de agosto, los presos políticos fueron despertados de sus celdas, obligados a formar una fila en un pasillo y, en un estado de total indefensión, fueron ametrallados por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Sosa y el teniente Roberto Bravo.1 Dieciséis de ellos fallecieron en el acto o fueron rematados posteriormente, mientras que solo tres lograron sobrevivir, aunque heridos.1 Estos tres sobrevivientes, Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, jugaron un papel crucial en la revelación de la verdad de los hechos.10

La versión oficial de los eventos, rápidamente difundida por la dictadura militar, pretendió hacer pasar el fusilamiento por un nuevo intento de fuga de los detenidos, que habría sido repelido por las fuerzas de seguridad.1 Esta narrativa fue categóricamente desmentida por los testimonios de los sobrevivientes, quienes a pesar de haber sido más tarde desaparecidos y asesinados durante la última dictadura cívico-militar, dejaron un registro detallado de los acontecimientos.10 Su relato, recopilado por el periodista Francisco “Paco” Urondo en su libro

La patria fusilada, demostró que los asesinatos fueron una ejecución a sangre fría y no el resultado de un enfrentamiento.1 Esta revelación fue crucial para que, años más tarde, la justicia pudiera calificar el hecho como un "crimen de lesa humanidad" y "terrorismo de Estado".2 El intento de las Fuerzas Armadas de controlar el relato, llegando incluso a presentar un comunicado para negociar con los familiares sobre el destino de los cuerpos, evidencia su intención de manipular la percepción pública y legitimar la violencia estatal.7

La masacre no fue simplemente un acto de violencia, sino un evento de profundo significado político. Se erige como una manifestación temprana y brutal del terrorismo de Estado que se instauraría de forma sistemática en el país. Los fusilamientos de presos que se habían rendido, cuya vida había sido garantizada, rompieron con cualquier norma o regla de confrontación, incluso en el marco de una guerra. Este suceso, por lo tanto, no se considera un hecho aislado, sino un "hecho bisagra en la historia de la Argentina que anticipó el accionar que llevaría adelante la dictadura a partir de 1976".2 La Masacre de Trelew demostró que el Estado estaba dispuesto a utilizar todos los recursos de represión para aniquilar a la oposición política, una metodología que se perfeccionaría en los años siguientes.

Nombre

Organización Política

Estado

Mariano Pujadas

Montoneros

Fallecido

Susana Graciela Lesgart

Montoneros

Fallecida

Ricardo René Haidar

Montoneros

Sobreviviente (inicialmente)

María Antonia Berger

Montoneros

Sobreviviente

José Ricardo Mena

ERP

Fallecido

Humberto Segundo Suárez

ERP

Fallecido

Miguel Angel Polti

ERP

Fallecido

Humberto Toschi

ERP

Fallecido

Eduardo Capello

ERP

Fallecido

Jorge Ulla

ERP

Fallecido

Mario Delfino

ERP

Fallecido

Ana María Villareal de Santucho

ERP

Fallecida

Rubén Pedro Bonet

PRT

Fallecido

Carlos Heriberto Astudillo

FAR

Fallecido

Alfredo Elías Kohon

FAR

Fallecido

Clarisa Rosa Laplace

FAR

Fallecida

Carlos Alberto Del Rey

ERP

Fallecido

Alberto Miguel Camps

ERP

Sobreviviente

María Angélica Sabelli

Montoneros

Fallecida

Nota: La tabla refleja el estado de los militantes inmediatamente después de la masacre. Los tres sobrevivientes (Camps, Berger y Haidar) fueron posteriormente desaparecidos y asesinados durante la última dictadura militar. Además, se nota una discrepancia en la fuente 7 que lista a Haidar como víctima, pero otras fuentes y los relatos de los sobrevivientes demuestran que él fue uno de los tres que sobrevivió al fusilamiento inicial.4

Resumen de video

2. El Contexto Político y Social de 1972: La Ecuación de la Violencia

La Masacre de Trelew no puede entenderse como un hecho aislado, sino como el resultado de una profunda crisis política y social que asolaba a Argentina a principios de la década de 1970.14 En marzo de 1971, el general Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia de la dictadura autodenominada "Revolución Argentina" en un "clima político totalmente desfavorable".15 Su mandato se caracterizó por una creciente violencia guerrillera, un descontento popular palpable y el ascenso del liderazgo de Juan Domingo Perón, quien operaba desde el exilio.15 La estrategia de Lanusse para contener esta crisis fue el "Gran Acuerdo Nacional" (GAN), una iniciativa que prometía una apertura política y una transición hacia la democracia, con la condición de celebrar elecciones sin proscripciones.15

Sin embargo, la política de Lanusse era intrínsecamente contradictoria. Mientras por un lado proponía una aparente apertura, por el otro, mantenía y profundizaba la represión a las expresiones políticas de la oposición. La dictadura continuaba con la proscripción del peronismo, una política que se había mantenido desde 1955 y que había "cerrado los canales de expresión" para una parte sustancial de la sociedad.14 Esta represión sistemática y la falta de canales democráticos crearon un caldo de cultivo para la radicalización y el surgimiento de las organizaciones armadas, que llegaron a considerar la violencia como una "reacción frente a la violencia opresora" del Estado.14 Las actas de la Junta de Comandantes revelaban una estrategia paralela y secreta para "acosar a las organizaciones subversivas" y "no negociar con delincuentes comunes".17 La masacre de Trelew fue, en este sentido, una manifestación de esta política dual: una represión brutal bajo la fachada de una apertura democrática.

El fusilamiento de los militantes en la Base Almirante Zar fue un intento calculado por parte de los sectores más duros del régimen militar de socavar la estrategia política de Lanusse. El régimen buscaba dar un golpe contundente a las principales organizaciones guerrilleras, creyendo que con ello podría desarticular a los "grupos embriones de vanguardia" y asestar un "fuerte golpe a la guerrilla".11 Sin embargo, la masacre tuvo el efecto opuesto a lo esperado. En lugar de aislar a la guerrilla del pueblo y de Perón, el acto de brutalidad confirmó las sospechas de todos los actores políticos: que el Estado no jugaría "con las reglas del juego básicas".18 La masacre demostró que la supuesta transición democrática era una farsa y que el régimen estaba dispuesto a recurrir al asesinato de presos indefensos para mantener su control.

La brutalidad del evento expuso una visión profundamente errónea por parte de los militares sobre el pueblo argentino.11 Pensaron que la represión sería aceptada o que silenciaría la disidencia, pero en cambio, el acto provocó una "enorme muestra de dolor popular" y una solidaridad que las Fuerzas Armadas "no previeron".1 La masacre no fue un "delirio" de un individuo, sino una acción colectiva que formaba parte de una política de Estado diseñada para aniquilar la oposición.11 Este evento puso en evidencia la incapacidad del régimen militar para resolver la crisis política por medios no violentos, consolidando su imagen de enemigo y reforzando la convicción entre la militancia de que la lucha armada era el "único camino" posible para lograr un cambio social.8

3. La Masacre como Hito: Catalizador Político y Acelerador de la Historia

La Masacre de Trelew trascendió su naturaleza trágica para convertirse en un punto de inflexión fundamental en la historia política argentina. Su impacto fue inmediato y profundo, tanto en la sociedad en general como en la militancia revolucionaria. La brutalidad del fusilamiento, que fue expuesta a pesar de los intentos de censura, generó un sentimiento de conmoción y una "enorme muestra de dolor popular" que se tradujo en expresiones de solidaridad con las víctimas y sus organizaciones.1 Esta reacción popular, que las Fuerzas Armadas no habían anticipado, fue un claro indicador de que la estrategia represiva no estaba logrando el efecto deseado.

Para las organizaciones armadas, Trelew no fue un revés que condujo a la desarticulación, sino un catalizador que legitimó y endureció su accionar.18 Los militantes de Montoneros, por ejemplo, declararon que la masacre confirmó que "la sangre derramada no será negociada" y que la única vía era la de la "PATRIA SOCIALISTA".19 El ERP, por su parte, respondió con una serie de "represalias" que incluyeron el asesinato de figuras militares de alto rango, como el almirante Hermes Quijada, jefe del Estado Mayor Conjunto.20 Estas acciones demuestran que, lejos de desmovilizar a los grupos armados, la masacre intensificó la espiral de violencia y polarización política que ya se estaba gestando en el país.

El fusilamiento de los militantes fue la "confirmación de que el Estado argentino no iba a ahorrar recursos para reprimir y para ahogar con la violencia estatal cualquier posibilidad de transformación social justa".18 Esta constatación marcó a una generación. Para la juventud y las organizaciones revolucionarias, el Estado se reveló como un "enemigo" que no respetaba las "reglas del juego" de la democracia, ni siquiera "las más o menos reglas internas de la guerra misma".18 La masacre se convirtió en una demostración palpable de lo que el Estado era "capaz de" hacer, anticipando las torturas, secuestros y desapariciones que caracterizarían a la dictadura de 1976.18 En este sentido, el evento de Trelew no es un simple suceso; es un punto causal que impulsó a los actores de la época a una escalada de no retorno.

La masacre de Trelew también forjó un sentido de identidad colectiva y resistencia. La pérdida de "seres muy queridos" no condujo al abandono de la lucha, sino a una reafirmación del compromiso político.18 Los sobrevivientes, como Ricardo Haidar, Alberto Camps y María Antonia Berger, se convirtieron en figuras emblemáticas cuya historia, difundida a través de la obra de Paco Urondo, se transformó en un mito fundacional de la resistencia.10 El dolor personal de las familias y compañeros, como lo describe el hijo de Mario Roberto Santucho al hablar de la muerte de su tía y la compañera de su padre, se transformó en un "testimonio muy crudo" del nivel de convicción y compromiso de esa generación.18 Este proceso de duelo y mitificación fue clave para la cohesión de los movimientos de derechos humanos que emergerían más tarde, consolidando la masacre como una "marca de identidad" basada en el sacrificio y la perseverancia.

4. Memorias en Conflicto: De la "Guerra Antisubversiva" a los Crímenes de Lesa Humanidad

El significado de la Masacre de Trelew ha sido un campo de batalla en la memoria histórica argentina. A lo largo de las décadas, la versión oficial del Estado ha evolucionado, pasando de la negación y la justificación a un reconocimiento formal de los crímenes. Inicialmente, el régimen militar presentó los fusilamientos como una respuesta a un intento de fuga.3 Sin embargo, con el retorno de la democracia y la incansable lucha de los organismos de derechos humanos, el evento fue re-conceptualizado en la esfera pública como "terrorismo de Estado" y un "crimen de lesa humanidad".2 Este cambio de perspectiva se consolidó judicialmente en 2012, cuando el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a los ex marinos Luis Sosa, Emilio Del Real y Carlos Marandino, y ordenó la extradición de Roberto Bravo, uno de los principales acusados.2

La labor de los organismos de derechos humanos y las políticas de "Memoria, Verdad y Justicia" han sido fundamentales para este proceso.2 El juicio por la masacre no solo buscó la condena de los responsables, sino que también amplió el rango temporal de los delitos de lesa humanidad para incluir hechos anteriores a la última dictadura de 1976, lo que permitió un mayor reconocimiento y reparación para las víctimas.2 En este contexto, la masacre se conmemora como un hito de la resistencia y como un ejemplo de la impunidad que luego se institucionalizaría. El Centro Cultural por la Memoria en el Viejo Aeropuerto de Trelew y la señalización de otros sitios de memoria son ejemplos de cómo el Estado democrático busca "preservar, señalar y... difundir la historia" para educar a las nuevas generaciones y asegurar que estos hechos no se repitan.21

A pesar de la consagración de esta memoria oficial, persisten narrativas contrapuestas. La versión de la dictadura, que justificaba la masacre como un acto de "lucha antisubversiva" contra "delincuentes" o "terroristas," aún encuentra eco en ciertos sectores de la sociedad argentina.2 La masacre se convierte, así, en un espacio de conflicto simbólico donde la visión de un Estado represor se enfrenta a la de un Estado que supuestamente defendía el orden nacional de una amenaza violenta. Este conflicto se manifiesta de manera palpable y violenta en ciertos actos.

Un claro ejemplo de esta disputa es el Cementerio de la Santa Cruz en Salta. Este lugar no solo es un sitio de entierro, sino un "sitio de la Memoria" que ha sido demarcado por el Estado para recordar a las víctimas del terrorismo de Estado.22 El sector C del cementerio, en particular, contiene fosas comunes de víctimas de la dictadura de 1976.23 En este espacio, donde el Estado democrático busca visibilizar y condenar el pasado, se encuentra la tumba de Ana María Villarreal de Santucho, una de las víctimas de Trelew.24 El hecho de que esta tumba fuera vandalizada en 2022, al cumplirse 50 años de la masacre, no es un incidente aislado. Es un acto político que busca atacar la memoria de los militantes revolucionarios en un espacio que el Estado ha reivindicado como de memoria y justicia. El vandalismo es un recordatorio de que la disputa por el relato histórico no está resuelta y que el odio y la negación persisten en la sociedad.24

5. Los Vínculos con Mario Roberto Santucho y el Legado Personal de la Masacre

La Masacre de Trelew está intrínsecamente ligada a la figura de Mario Roberto Santucho, líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).4 Santucho no solo fue el "jefe del operativo" de la fuga del penal de Rawson, sino que su relación con la masacre fue de un profundo carácter personal, ya que su compañera, Ana María Villarreal, fue una de las víctimas fusiladas.4 Esta conexión emocional y política tuvo un impacto significativo en la posterior radicalización y respuesta de la organización.

Ana María Villarreal, apodada "Sayo" por su familia y compañeros por sus ojos rasgados, era una militante con una historia propia antes de vincularse a Santucho.26 Nacida en Salta, se formó como maestra y artista plástica en Tucumán, donde comenzó su activismo político en el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP), una organización que luego se fusionaría con el ERP.26 Fue detenida en febrero de 1972 y recluida en el penal de Rawson, donde se unió al grupo que intentó la fuga.26 Su fusilamiento en la Base Almirante Zar, a los 36 años, la convirtió en una de las mártires de la masacre.4

La muerte de Ana María Villarreal, la "primera compañera de mi papá", como la recuerda su hijo, no fue simplemente una baja militar para Santucho, sino una "pérdida tan fuerte, tan esencial".18 Este dolor personal se transformó en una reafirmación de la lucha y una justificación moral para la escalada de violencia del ERP. El hijo de Santucho describe el "significado de ese dolor" y cómo, a pesar de la inmensa pérdida, esa generación "seguía llevando adelante una lucha que era muy peligrosa".18 El asesinato de una militante que se había rendido reforzó la convicción de que el Estado era un "enemigo" que no respetaba las reglas, legitimando así el camino de la lucha armada como la única opción viable.18

El lugar final de reposo de Ana María Villarreal, el Cementerio de la Santa Cruz en Salta, es un punto de encuentro entre la memoria de Trelew y la de la última dictadura.23 Este cementerio ha sido demarcado como "Sitio de la Memoria" porque contiene fosas comunes con víctimas del terrorismo de Estado que se instauró a partir de 1976.22 La presencia de la tumba de una víctima de 1972 en un lugar de memoria de 1976 evidencia que la masacre de Trelew no fue un hecho aislado, sino la continuidad de una política represiva estatal. La profanación de su tumba en 2022, repudiada por sus hijas y organizaciones de derechos humanos, es un acto que no solo ataca un símbolo personal, sino que busca negar y borrar la memoria de la lucha revolucionaria y de la violencia estatal de la que fue víctima.24 El hecho demuestra que, a pesar de las condenas judiciales y la construcción de la memoria oficial, la disputa por el relato de los hechos y la negación del pasado siguen siendo un foco de conflicto en la sociedad argentina.

Un Legado Indeleble y el Eje de la Memoria

La Masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972, se erige como un evento fundamental que marcó el curso de la historia política argentina. Lejos de ser un incidente aislado, fue un punto de inflexión que anticipó y legitimó el terrorismo de Estado que se consolidaría a partir de 1976.2 La masacre no solo demostró la ruptura de la dictadura con cualquier norma ética o de guerra al fusilar a presos que se habían rendido, sino que también expuso una profunda subestimación de la reacción popular, que se solidarizó con las víctimas.1

El evento consolidó una espiral de acción-reacción que radicalizó a las organizaciones armadas, quienes interpretaron el fusilamiento como la confirmación de que el Estado no jugaría con las reglas de la democracia ni del conflicto, lo que legitimó aún más su lucha.18 Esta interpretación, y el dolor personal de la pérdida de compañeros como Ana María Villarreal de Santucho, reforzaron la convicción de la militancia y proporcionaron una justificación moral para la escalada de la violencia.18

En el presente, la masacre es un campo de batalla para la memoria. Por un lado, el Estado democrático y los organismos de derechos humanos han logrado, a través de juicios y políticas de reparación, establecer una memoria oficial que la califica como un crimen de lesa humanidad. Por otro lado, persisten narrativas que la justifican y actos de violencia simbólica, como el vandalismo de la tumba de Ana María Villarreal, que buscan negar este legado.22 La Masacre de Trelew es, por lo tanto, un eje central para comprender la historia reciente de Argentina y la constante lucha por la memoria, la verdad y la justicia. El evento y sus ramificaciones demuestran que, a pesar de la distancia temporal, la disputa sobre el significado del pasado sigue siendo un factor activo en la configuración del presente.

 

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Infografía: A 53 años de la Masacre de Trelew: Un Acto Fundacional del Terrorismo de Estado en Argentina

Infografía: La Masacre de Trelew, 1972 LA MASACRE DE TRELEW ...