La Masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972, se erige como un evento fundamental que marcó el curso de la historia política argentina. Lejos de ser un incidente aislado, fue un punto de inflexión que anticipó y legitimó el terrorismo de Estado que se consolidaría a partir de 1976.2 La masacre no solo demostró la ruptura de la dictadura con cualquier norma ética o de guerra al fusilar a presos que se habían rendido, sino que también expuso una profunda subestimación de la reacción popular, que se solidarizó con las víctimas.1
Resumen de audio
Contenidos:
1.La Masacre de Trelew: Una Reconstrucción Fáctica y su Contradicción Fundacional
- 2. El Contexto Político y Social de 1972: LaEcuación de la Violencia - 3. La Masacre comoHito: Catalizador Político y Acelerador de la Historia - 4. Memorias en Conflicto: De la "GuerraAntisubversiva" a los Crímenes de Lesa Humanidad - 5. Los Vínculos con Mario Roberto Santucho y el LegadoPersonal de la Masacre - Un Legado Indeleble y elEje de la Memoria
1. La Masacre de Trelew: Una Reconstrucción Fáctica
y su Contradicción Fundacional
El 22 de agosto de 1972, en la Base Aeronaval Almirante Zar,
cerca de Trelew, provincia de Chubut, ocurrió un evento histórico que
redefiniría la relación entre el Estado argentino y la violencia política. Este
suceso, conocido como la Masacre de Trelew, no fue un hecho aislado, sino la
culminación de un proceso que se había iniciado días antes con la audaz fuga de
un grupo de presos políticos de la cárcel de Rawson.1 La
reconstrucción de estos eventos revela una clara contradicción entre la versión
difundida por la dictadura militar y la cruda realidad de los hechos, que sería
desenmascarada por el testimonio de los sobrevivientes.
El operativo de fuga del penal de Rawson, que tuvo lugar el
15 de agosto de 1972, fue planificado con una minuciosidad considerable. El
objetivo principal era liberar a más de un centenar de militantes de diversas
organizaciones armadas, incluyendo el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP),
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros.4 El plan
maestro fue liderado por figuras de alto perfil como Mario Roberto Santucho
(ERP), Roberto Quieto (FAR) y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros).4
Sin embargo, la ejecución del plan se vio afectada por una serie de fallos y
una confusión de señales que impidió la salida masiva de los presos.3
Como resultado, solo un pequeño grupo de seis líderes logró concretar el
escape, abordando un avión de la empresa Austral en el cercano aeropuerto de
Trelew con destino a Chile, país gobernado en aquel entonces por Salvador
Allende.4
El resto de los militantes, un grupo de diecinueve que no
consiguió abordar la aeronave, se rindió en el aeropuerto de Trelew ante las
autoridades militares que habían llegado para cercar el lugar.3 Esta
rendición no fue incondicional; los militantes depusieron sus armas bajo la
promesa de que se les garantizaría su seguridad e integridad física y que
serían devueltos al penal de Rawson.7 Contrario a lo prometido,
fueron trasladados a la Base Aeronaval Almirante Zar.3 Una semana
después, en la madrugada del 22 de agosto, los presos políticos fueron
despertados de sus celdas, obligados a formar una fila en un pasillo y, en un
estado de total indefensión, fueron ametrallados por una patrulla a cargo del
capitán de corbeta Luis Sosa y el teniente Roberto Bravo.1 Dieciséis
de ellos fallecieron en el acto o fueron rematados posteriormente, mientras que
solo tres lograron sobrevivir, aunque heridos.1 Estos tres
sobrevivientes, Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René
Haidar, jugaron un papel crucial en la revelación de la verdad de los hechos.10
La versión oficial de los eventos, rápidamente difundida por
la dictadura militar, pretendió hacer pasar el fusilamiento por un nuevo
intento de fuga de los detenidos, que habría sido repelido por las fuerzas de
seguridad.1 Esta narrativa fue categóricamente desmentida por los
testimonios de los sobrevivientes, quienes a pesar de haber sido más tarde
desaparecidos y asesinados durante la última dictadura cívico-militar, dejaron
un registro detallado de los acontecimientos.10 Su relato,
recopilado por el periodista Francisco “Paco” Urondo en su libro
La patria fusilada, demostró que los asesinatos
fueron una ejecución a sangre fría y no el resultado de un enfrentamiento.1
Esta revelación fue crucial para que, años más tarde, la justicia pudiera
calificar el hecho como un "crimen de lesa humanidad" y
"terrorismo de Estado".2 El intento de las Fuerzas Armadas
de controlar el relato, llegando incluso a presentar un comunicado para
negociar con los familiares sobre el destino de los cuerpos, evidencia su
intención de manipular la percepción pública y legitimar la violencia estatal.7
La masacre no fue simplemente un acto de violencia, sino un
evento de profundo significado político. Se erige como una manifestación
temprana y brutal del terrorismo de Estado que se instauraría de forma
sistemática en el país. Los fusilamientos de presos que se habían rendido, cuya
vida había sido garantizada, rompieron con cualquier norma o regla de
confrontación, incluso en el marco de una guerra. Este suceso, por lo tanto, no
se considera un hecho aislado, sino un "hecho bisagra en la historia de la
Argentina que anticipó el accionar que llevaría adelante la dictadura a partir
de 1976".2 La Masacre de Trelew demostró que el Estado estaba
dispuesto a utilizar todos los recursos de represión para aniquilar a la
oposición política, una metodología que se perfeccionaría en los años
siguientes.
Nombre |
Organización Política |
Estado |
Mariano Pujadas |
Montoneros |
Fallecido |
Susana Graciela Lesgart |
Montoneros |
Fallecida |
Ricardo René Haidar |
Montoneros |
Sobreviviente (inicialmente) |
María Antonia Berger |
Montoneros |
Sobreviviente |
José Ricardo Mena |
ERP |
Fallecido |
Humberto Segundo Suárez |
ERP |
Fallecido |
Miguel Angel Polti |
ERP |
Fallecido |
Humberto Toschi |
ERP |
Fallecido |
Eduardo Capello |
ERP |
Fallecido |
Jorge Ulla |
ERP |
Fallecido |
Mario Delfino |
ERP |
Fallecido |
Ana María Villareal de Santucho |
ERP |
Fallecida |
Rubén Pedro Bonet |
PRT |
Fallecido |
Carlos Heriberto Astudillo |
FAR |
Fallecido |
Alfredo Elías Kohon |
FAR |
Fallecido |
Clarisa Rosa Laplace |
FAR |
Fallecida |
Carlos Alberto Del Rey |
ERP |
Fallecido |
Alberto Miguel Camps |
ERP |
Sobreviviente |
María Angélica Sabelli |
Montoneros |
Fallecida |
Nota: La tabla refleja el estado de los militantes
inmediatamente después de la masacre. Los tres sobrevivientes (Camps, Berger y
Haidar) fueron posteriormente desaparecidos y asesinados durante la última
dictadura militar. Además, se nota una discrepancia en la fuente 7
que lista a Haidar como víctima, pero otras fuentes y los relatos de los
sobrevivientes demuestran que él fue uno de los tres que sobrevivió al
fusilamiento inicial.4
Resumen de video
2. El Contexto Político y Social de 1972: La
Ecuación de la Violencia
La Masacre de Trelew no puede entenderse como un hecho
aislado, sino como el resultado de una profunda crisis política y social que
asolaba a Argentina a principios de la década de 1970.14 En marzo de
1971, el general Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia de la
dictadura autodenominada "Revolución Argentina" en un "clima
político totalmente desfavorable".15 Su mandato se caracterizó
por una creciente violencia guerrillera, un descontento popular palpable y el
ascenso del liderazgo de Juan Domingo Perón, quien operaba desde el exilio.15
La estrategia de Lanusse para contener esta crisis fue el "Gran Acuerdo
Nacional" (GAN), una iniciativa que prometía una apertura política y una
transición hacia la democracia, con la condición de celebrar elecciones sin
proscripciones.15
Sin embargo, la política de Lanusse era intrínsecamente
contradictoria. Mientras por un lado proponía una aparente apertura, por el
otro, mantenía y profundizaba la represión a las expresiones políticas de la
oposición. La dictadura continuaba con la proscripción del peronismo, una
política que se había mantenido desde 1955 y que había "cerrado los
canales de expresión" para una parte sustancial de la sociedad.14
Esta represión sistemática y la falta de canales democráticos crearon un caldo
de cultivo para la radicalización y el surgimiento de las organizaciones
armadas, que llegaron a considerar la violencia como una "reacción frente
a la violencia opresora" del Estado.14 Las actas de la Junta de
Comandantes revelaban una estrategia paralela y secreta para "acosar a las
organizaciones subversivas" y "no negociar con delincuentes
comunes".17 La masacre de Trelew fue, en este sentido, una
manifestación de esta política dual: una represión brutal bajo la fachada de
una apertura democrática.
El fusilamiento de los militantes en la Base Almirante Zar
fue un intento calculado por parte de los sectores más duros del régimen
militar de socavar la estrategia política de Lanusse. El régimen buscaba dar un
golpe contundente a las principales organizaciones guerrilleras, creyendo que
con ello podría desarticular a los "grupos embriones de vanguardia" y
asestar un "fuerte golpe a la guerrilla".11 Sin embargo,
la masacre tuvo el efecto opuesto a lo esperado. En lugar de aislar a la
guerrilla del pueblo y de Perón, el acto de brutalidad confirmó las sospechas
de todos los actores políticos: que el Estado no jugaría "con las reglas
del juego básicas".18 La masacre demostró que la supuesta
transición democrática era una farsa y que el régimen estaba dispuesto a
recurrir al asesinato de presos indefensos para mantener su control.
La brutalidad del evento expuso una visión profundamente
errónea por parte de los militares sobre el pueblo argentino.11
Pensaron que la represión sería aceptada o que silenciaría la disidencia, pero
en cambio, el acto provocó una "enorme muestra de dolor popular" y
una solidaridad que las Fuerzas Armadas "no previeron".1
La masacre no fue un "delirio" de un individuo, sino una acción
colectiva que formaba parte de una política de Estado diseñada para aniquilar
la oposición.11 Este evento puso en evidencia la incapacidad del
régimen militar para resolver la crisis política por medios no violentos,
consolidando su imagen de enemigo y reforzando la convicción entre la
militancia de que la lucha armada era el "único camino" posible para
lograr un cambio social.8
3. La Masacre como Hito: Catalizador Político y
Acelerador de la Historia
La Masacre de Trelew trascendió su naturaleza trágica para
convertirse en un punto de inflexión fundamental en la historia política
argentina. Su impacto fue inmediato y profundo, tanto en la sociedad en general
como en la militancia revolucionaria. La brutalidad del fusilamiento, que fue
expuesta a pesar de los intentos de censura, generó un sentimiento de conmoción
y una "enorme muestra de dolor popular" que se tradujo en expresiones
de solidaridad con las víctimas y sus organizaciones.1 Esta reacción
popular, que las Fuerzas Armadas no habían anticipado, fue un claro indicador
de que la estrategia represiva no estaba logrando el efecto deseado.
Para las organizaciones armadas, Trelew no fue un revés que
condujo a la desarticulación, sino un catalizador que legitimó y endureció su
accionar.18 Los militantes de Montoneros, por ejemplo, declararon
que la masacre confirmó que "la sangre derramada no será negociada" y
que la única vía era la de la "PATRIA SOCIALISTA".19 El
ERP, por su parte, respondió con una serie de "represalias" que
incluyeron el asesinato de figuras militares de alto rango, como el almirante
Hermes Quijada, jefe del Estado Mayor Conjunto.20 Estas acciones
demuestran que, lejos de desmovilizar a los grupos armados, la masacre
intensificó la espiral de violencia y polarización política que ya se estaba
gestando en el país.
El fusilamiento de los militantes fue la "confirmación
de que el Estado argentino no iba a ahorrar recursos para reprimir y para
ahogar con la violencia estatal cualquier posibilidad de transformación social
justa".18 Esta constatación marcó a una generación. Para la
juventud y las organizaciones revolucionarias, el Estado se reveló como un
"enemigo" que no respetaba las "reglas del juego" de la
democracia, ni siquiera "las más o menos reglas internas de la guerra
misma".18 La masacre se convirtió en una demostración palpable
de lo que el Estado era "capaz de" hacer, anticipando las torturas,
secuestros y desapariciones que caracterizarían a la dictadura de 1976.18
En este sentido, el evento de Trelew no es un simple suceso; es un punto causal
que impulsó a los actores de la época a una escalada de no retorno.
La masacre de Trelew también forjó un sentido de identidad
colectiva y resistencia. La pérdida de "seres muy queridos" no
condujo al abandono de la lucha, sino a una reafirmación del compromiso
político.18 Los sobrevivientes, como Ricardo Haidar, Alberto Camps y
María Antonia Berger, se convirtieron en figuras emblemáticas cuya historia,
difundida a través de la obra de Paco Urondo, se transformó en un mito
fundacional de la resistencia.10 El dolor personal de las familias y
compañeros, como lo describe el hijo de Mario Roberto Santucho al hablar de la
muerte de su tía y la compañera de su padre, se transformó en un
"testimonio muy crudo" del nivel de convicción y compromiso de esa
generación.18 Este proceso de duelo y mitificación fue clave para la
cohesión de los movimientos de derechos humanos que emergerían más tarde,
consolidando la masacre como una "marca de identidad" basada en el
sacrificio y la perseverancia.
4. Memorias en Conflicto: De la "Guerra
Antisubversiva" a los Crímenes de Lesa Humanidad
El significado de la Masacre de Trelew ha sido un campo de
batalla en la memoria histórica argentina. A lo largo de las décadas, la
versión oficial del Estado ha evolucionado, pasando de la negación y la
justificación a un reconocimiento formal de los crímenes. Inicialmente, el
régimen militar presentó los fusilamientos como una respuesta a un intento de
fuga.3 Sin embargo, con el retorno de la democracia y la incansable
lucha de los organismos de derechos humanos, el evento fue re-conceptualizado
en la esfera pública como "terrorismo de Estado" y un "crimen de
lesa humanidad".2 Este cambio de perspectiva se consolidó
judicialmente en 2012, cuando el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de
Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a los ex marinos Luis Sosa,
Emilio Del Real y Carlos Marandino, y ordenó la extradición de Roberto Bravo,
uno de los principales acusados.2
La labor de los organismos de derechos humanos y las
políticas de "Memoria, Verdad y Justicia" han sido fundamentales para
este proceso.2 El juicio por la masacre no solo buscó la condena de
los responsables, sino que también amplió el rango temporal de los delitos de
lesa humanidad para incluir hechos anteriores a la última dictadura de 1976, lo
que permitió un mayor reconocimiento y reparación para las víctimas.2
En este contexto, la masacre se conmemora como un hito de la resistencia y como
un ejemplo de la impunidad que luego se institucionalizaría. El Centro Cultural
por la Memoria en el Viejo Aeropuerto de Trelew y la señalización de otros
sitios de memoria son ejemplos de cómo el Estado democrático busca
"preservar, señalar y... difundir la historia" para educar a las
nuevas generaciones y asegurar que estos hechos no se repitan.21
A pesar de la consagración de esta memoria oficial,
persisten narrativas contrapuestas. La versión de la dictadura, que justificaba
la masacre como un acto de "lucha antisubversiva" contra
"delincuentes" o "terroristas," aún encuentra eco en
ciertos sectores de la sociedad argentina.2 La masacre se convierte,
así, en un espacio de conflicto simbólico donde la visión de un Estado represor
se enfrenta a la de un Estado que supuestamente defendía el orden nacional de
una amenaza violenta. Este conflicto se manifiesta de manera palpable y
violenta en ciertos actos.
Un claro ejemplo de esta disputa es el Cementerio de la
Santa Cruz en Salta. Este lugar no solo es un sitio de entierro, sino un
"sitio de la Memoria" que ha sido demarcado por el Estado para
recordar a las víctimas del terrorismo de Estado.22 El sector C del
cementerio, en particular, contiene fosas comunes de víctimas de la dictadura
de 1976.23 En este espacio, donde el Estado democrático busca
visibilizar y condenar el pasado, se encuentra la tumba de Ana María Villarreal
de Santucho, una de las víctimas de Trelew.24 El hecho de que esta
tumba fuera vandalizada en 2022, al cumplirse 50 años de la masacre, no es un
incidente aislado. Es un acto político que busca atacar la memoria de los
militantes revolucionarios en un espacio que el Estado ha reivindicado como de
memoria y justicia. El vandalismo es un recordatorio de que la disputa por el
relato histórico no está resuelta y que el odio y la negación persisten en la
sociedad.24
5. Los Vínculos con Mario Roberto Santucho y el
Legado Personal de la Masacre
La Masacre de Trelew está intrínsecamente ligada a la figura
de Mario Roberto Santucho, líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).4
Santucho no solo fue el "jefe del operativo" de la fuga del penal de
Rawson, sino que su relación con la masacre fue de un profundo carácter
personal, ya que su compañera, Ana María Villarreal, fue una de las víctimas
fusiladas.4 Esta conexión emocional y política tuvo un impacto
significativo en la posterior radicalización y respuesta de la organización.
Ana María Villarreal, apodada "Sayo" por su
familia y compañeros por sus ojos rasgados, era una militante con una historia
propia antes de vincularse a Santucho.26 Nacida en Salta, se formó
como maestra y artista plástica en Tucumán, donde comenzó su activismo político
en el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP), una organización que
luego se fusionaría con el ERP.26 Fue detenida en febrero de 1972 y
recluida en el penal de Rawson, donde se unió al grupo que intentó la fuga.26
Su fusilamiento en la Base Almirante Zar, a los 36 años, la convirtió en una de
las mártires de la masacre.4
La muerte de Ana María Villarreal, la "primera
compañera de mi papá", como la recuerda su hijo, no fue simplemente una
baja militar para Santucho, sino una "pérdida tan fuerte, tan
esencial".18 Este dolor personal se transformó en una
reafirmación de la lucha y una justificación moral para la escalada de
violencia del ERP. El hijo de Santucho describe el "significado de ese
dolor" y cómo, a pesar de la inmensa pérdida, esa generación "seguía
llevando adelante una lucha que era muy peligrosa".18 El
asesinato de una militante que se había rendido reforzó la convicción de que el
Estado era un "enemigo" que no respetaba las reglas, legitimando así
el camino de la lucha armada como la única opción viable.18
El lugar final de reposo de Ana María Villarreal, el
Cementerio de la Santa Cruz en Salta, es un punto de encuentro entre la memoria
de Trelew y la de la última dictadura.23 Este cementerio ha sido
demarcado como "Sitio de la Memoria" porque contiene fosas comunes
con víctimas del terrorismo de Estado que se instauró a partir de 1976.22
La presencia de la tumba de una víctima de 1972 en un lugar de memoria de 1976
evidencia que la masacre de Trelew no fue un hecho aislado, sino la continuidad
de una política represiva estatal. La profanación de su tumba en 2022,
repudiada por sus hijas y organizaciones de derechos humanos, es un acto que no
solo ataca un símbolo personal, sino que busca negar y borrar la memoria de la
lucha revolucionaria y de la violencia estatal de la que fue víctima.24
El hecho demuestra que, a pesar de las condenas judiciales y la construcción de
la memoria oficial, la disputa por el relato de los hechos y la negación del
pasado siguen siendo un foco de conflicto en la sociedad argentina.
Un Legado Indeleble y el Eje de la Memoria
La Masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972, se
erige como un evento fundamental que marcó el curso de la historia política
argentina. Lejos de ser un incidente aislado, fue un punto de inflexión que
anticipó y legitimó el terrorismo de Estado que se consolidaría a partir de
1976.2 La masacre no solo demostró la ruptura de la dictadura con
cualquier norma ética o de guerra al fusilar a presos que se habían rendido,
sino que también expuso una profunda subestimación de la reacción popular, que
se solidarizó con las víctimas.1
El evento consolidó una espiral de acción-reacción que
radicalizó a las organizaciones armadas, quienes interpretaron el fusilamiento
como la confirmación de que el Estado no jugaría con las reglas de la
democracia ni del conflicto, lo que legitimó aún más su lucha.18
Esta interpretación, y el dolor personal de la pérdida de compañeros como Ana
María Villarreal de Santucho, reforzaron la convicción de la militancia y
proporcionaron una justificación moral para la escalada de la violencia.18
En el presente, la masacre es un campo de batalla para la
memoria. Por un lado, el Estado democrático y los organismos de derechos
humanos han logrado, a través de juicios y políticas de reparación, establecer
una memoria oficial que la califica como un crimen de lesa humanidad. Por otro
lado, persisten narrativas que la justifican y actos de violencia simbólica,
como el vandalismo de la tumba de Ana María Villarreal, que buscan negar este
legado.22 La Masacre de Trelew es, por lo tanto, un eje central para
comprender la historia reciente de Argentina y la constante lucha por la
memoria, la verdad y la justicia. El evento y sus ramificaciones demuestran
que, a pesar de la distancia temporal, la disputa sobre el significado del
pasado sigue siendo un factor activo en la configuración del presente.
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